Por Esteban Campero (*)
Las universidades son actores clave de los ecosistemas emprendedores locales y llevan adelante un papel cada vez más importante. Así ocurre en los clústers más competitivos del mundo. En mi opinión, las universidades emprendedoras tienen que cumplir con cinco tareas esenciales para tener la capacidad de crear mundos: estar a la vanguardia del conocimiento tecnológico, aportar una formación en competencias emprendedoras, brindar instrumentos de atención directa a emprendedores, alentar modelos de rol positivos y transformarse en un espacio de acumulación de capital social y redes.
Tienen el enorme desafío de estar en la frontera de conocimiento en un momento histórico signado por el surgimiento de tecnologías exponenciales y por un frenético ritmo innovador con ciclos de vida de productos, procesos y modelos de negocio cada vez más cortos, que suele ir mucho más rápido que la capacidad de las universidades de actualizar sus planes de estudios y sus contenidos. Es clave prestar especial atención en el impacto de este tsunami tecnológico en todas sus facetas, a partir de la inteligencia artificial, la robótica y el análisis de datos. No basta con actualizar contenidos, hay que llenar los cursos de estudios de casos, de pymes y grandes empresas globales que están generando cambios a partir de las nuevas tecnologías.
A la hora de emprender intervienen diferentes tipos de saberes. A los técnicos de producción se le suman los saberes de gestión y la necesidad de saber formular un plan de negocios. Hay un cuarto tipo de saber que nunca es codificado por la educación formal y que es percibido por los propios emprendedores como fundamental: las competencias emprendedoras. Desarrollar redes de apoyo, trabajar en equipo, asumir riesgos, fijar metas, identificar oportunidades, saber comunicar y trabajar en equipo son habilidades que se pueden entrenar. La universidad tiene que incorporarlas en sus contenidos obligatorios y diseñar más instancias de entrenamiento para asumir el reto de comenzar a certificar capacidad de acción.
La principal función de la universidad en la educación emprendedora es la de plantear la posibilidad de emprender como una de las alternativas posibles en un camino profesional. Para ello son claves los contenidos, las redes y los programas de atención. Hay que profesionalizar los gabinetes de atención, desarrollar programas de mentores y brindar asesoramiento de acceso al financiamiento y conexiones, comprendiendo que no hay recetas mágicas y que las incubadoras, viveros o aceleradoras deberán ajustarse a las realidades locales.
Como no es deseable lo que no se conoce, la universidad emprendedora debe acercar la posibilidad de emprender. Tenemos que acercar personas de carne y hueso como cualquiera de nosotros que se pusieron una meta emprendedora y la lograron. Llenar de historias de vida de mujeres emprendedoras los problemas de matemática, los ejercicios de física y de cualquier contenido técnico que siempre suelen referirse a la gran empresa. Es muy importante contar con casos de emprendedores locales que sirvan de inspiración.
La necesidad de transformar a la universidad como un espacio de acumulación de capital social y redes es quizás la tarea más importante de la universidad para fortalecer los ecosistemas emprendedores. Por los pasillos de la universidad tienen que circular emprendedores no universitarios, empresarios consagrados, investigadores, funcionarios públicos, especialistas. Tiene que ser un lugar en el que puedo acceder a conocer a los actores clave de mi ecosistema y de otros lugares con perspectiva global. Tiene que alimentar mi agenda personal. La propia interacción nos va a llevar a abrir las puertas e invitar a resolver, desarrollar una predisposición anímica de diálogo y escucha, reconfigurando los roles para impulsar una construcción colectiva de conocimiento.
(*) Asesor de Emprendedores y Pymes de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB).
