La pandemia nos ha recordado con dureza la necesidad de estar preparados para la llegada de una crisis. Y nos brinda una ocasión única en América Latina y el Caribe para diseñar estrategias de recuperación económica que incorporen elementos de economía circular e innovación verde. Descubre cómo estos modelos pueden volver a la región más resiliente y dar mejores resultados en términos de reactivación empresarial y empleo.
En la filosofía aristotélica, el movimiento circular representa la perfección propia de los cuerpos celestes, mientras que el movimiento lineal es, por su misma naturaleza, algo de terrenal, imperfecto. Aunque Aristóteles nunca aplicó este concepto a la esfera económica, la emergencia del COVID-19 nos está demostrando en la práctica la imperfección y vulnerabilidad de los actuales modelos lineales también en este ámbito.
Estamos experimentando de primera mano la fragilidad de los modelos económicos lineales basados en la producción, consumo y desecho de productos a partir de la extracción y transformación de materias primas. Pensemos en la cantidad de bienes clave para nuestras economías, tales como los productos informáticos y electrónicos, que son fabricados con un uso intensivo de materiales escasos como el indio y el cromo, que no se podrán producir más cuando las reservas de estos metales se agoten. Además, estos modelos no garantizan la resiliencia a choques externos (como el actual), sino que, al contrario, generan resultados económicos positivos solo hasta cierto punto; o en jerga económica, hasta una “frontera productiva”, más allá de la cual producir y consumir tiene impactos negativos sobre el crecimiento económico y el bienestar humano.
La pandemia nos ha enseñado la necesidad de estar preparados para la llegada de una crisis. Además, ha puesto en evidencia que postergar decisiones que podrían parecer inconvenientes o no estrictamente necesarias en el corto plazo (por ejemplo, invertir en investigación científica o reducir el uso de energía no renovable) puede tener costos enormes en el mediano y largo plazo. En su gran mayoría, los países de América Latina y el Caribe (ALC) no estaban preparados para la llegada de la pandemia, y están aún menos preparados para enfrentar las enormes repercusiones económicas y sociales que podría causar una emergencia climática o medioambiental.
Al tener más del 50% de la biodiversidad del planeta, la región se presenta particularmente frágil y vulnerable al cambio climático. Basta pensar en el impacto que la suba del nivel del mar o los fenómenos climáticos extremos como los huracanes y las tormentas ya están produciendo en muchas áreas costeras y hábitats marinos de Centroamérica y del Caribe, para entender que las repercusiones económicas de una crisis medioambiental podrán ser mucho más devastadoras, al golpear sectores clave de estos países como el turismo, la agricultura o la pesca.
No volver a encerrarse en modelos obsoletos
En este contexto, la economía circular desempeña un papel central para romper el vínculo entre la extracción de recursos naturales y el crecimiento económico. En la economía circular, el valor de los productos, materiales y recursos se mantiene (o se regenera) durante el mayor tiempo posible, y la generación de residuos se minimiza. La economía circular va estrictamente de la mano con la innovación, que, de hecho, es clave para mover la frontera productiva y desacoplar el crecimiento económico del uso de los recursos naturales, desarrollando soluciones que permiten usar menos tierra, agua, energía y materiales, o usar estos recursos de manera más eficiente durante su vida útil.
Por eso, es importante que los países salgan del encierro de sus economías, sin volver a “encerrarse” en tecnologías de producción contaminantes y en modelos de negocios obsoletos.
En la región latinoamericana, científicos, tecnólogos y emprendedores ya se están movilizado para aprovechar las oportunidades que ofrece la economía circular, diseñando e implementando soluciones innovadoras y verdes. Por ejemplo, en Guatemala, The New Denim Project de la firma Iris Textiles, logró convertir el desecho textil de las maquilas de jeans en fibra para hilar y confeccionar textiles reciclados de alta calidad. El proceso de fabricación es libre de químicos y utiliza cantidades mínimas de agua y energía. Además, la empresa envía sus proprios residuos naturales de hilatura a otra empresa local que los utiliza como fertilizante natural para su producción de café, como se ve en la foto.
En Chile la empresa Ecofibra utiliza insumos similares a los de The New Denim Project (es decir, residuos textiles), pero transformándolos en paneles aislantes para la construcción. Cabe destacar que esta firma ha sido apoyada por Corfo, la agencia chilena de fomento a la innovación, a través de su programa Innova Circular.
En Brasil, la empresa cosmética Natura, además de ofrecer envases recargables para sus productos de belleza y cuidado personal, utiliza materiales reciclados (vidrio y PET reciclados) o completamente reciclables (“plástico verde”, hecho de caña de azúcar) para sus envases. En México, la startup Geco, ha desarrollado un plástico fabricado con cáscara de naranja, de fácil y rápida biodegradación, que tiene muchas aplicaciones en las industrias de envasado, embalaje y en muchísimos otros sectores como la industria biomédica. Este caso fue destacado en nuestra reciente publicación sobre emprendimientos científicos.
La economía circular es también central para hacer a los países de ALC menos vulnerables a los riesgos asociados con el sistema de cadenas globales de valor, en términos de fluctuaciones de precio y disponibilidad de algunos insumos básicos. La crisis del COVID-19 ha provocado una disrupción sin precedentes en las cadenas globales de valor y la región está pagando un precio particularmente alto, debido a su dependencia tanto de la extracción y exportación de recursos naturales (como minerales y metales), así como de la importación de bienes intermedios y básicos de otras regiones del mundo. Como se ha evidenciado en el blog del BID, si pertenecer a una cadena de valor global era visto como una ventaja (por los grandes beneficios que traían a las empresas participantes en términos de flujo de conocimiento e innovación, y acceso a mercados globales), ahora puede representar una debilidad, que está forzando a muchas empresas e industrias enteras de la región a repensar y transformar el tipo de participación en su cadena de valor.
La oportunidad de la economía circular y verde
Por todas las razones mencionadas, los próximos meses representan una oportunidad única para diseñar estrategias de recuperación económica que incorporen elementos de economía circular, en lugar de volver simplemente al “business as usual” o “lo de siempre”. Un enfoque circular no solo puede hacer a las economías de la región más resilientes, sino también puede dar mejores resultados en términos de reactivación empresarial y de empleo. Según estimaciones recientes, los modelos de economía circular pueden proporcionar un valor de 4,5 billones de dólares (trillions en el mundo anglosajón) de aquí al 2030, evitando el desperdicio, haciendo las empresas más eficientes y creando nuevas oportunidades de empleo.
Economía circular: una oportunidad estratégica
Un estudio reciente del premio nobel Joseph Stiglitz, Nicholas Stern y otros economistas de renombre internacional, tras analizar más de 700 posibles políticas de estímulo post COVID-19, señala que las políticas orientadas a promover la innovación verde y la economía circular, tales como las inversiones públicas en I+D orientadas al desarrollo de tecnologías medioambientales, generan más empleos y mayores retornos a corto plazo, así como permiten un mayor ahorro de costos a largo plazo, en comparación con los paquetes de estímulo fiscal tradicional. Invertir en la recuperación verde y circular no es un lujo, sino un núcleo esencial de la respuesta a esta y a futuras crisis.
Ya varios países dentro y fuera de la región están reconociendo esta oportunidad. En Europa, han pedido que el Pacto Verde Europeo sea central para los planes de recuperación post COVID-19 de la Unión Europea. Además, durante la pandemia, la Comisión Europea ha lanzado un sólido Plan de Acción para la Economía Circular, que incluye iniciativas para transformar las economías europeas a lo largo de todo el ciclo de vida de los productos. En la misma línea, Corea está fortaleciendo la agenda del Nuevo Pacto Verde, prometiendo alcanzar cero emisiones para el 2050.
En ALC, Chile, durante las primeras fases de la emergencia sanitaria, ha elaborado una versión actualizada de su Contribución Determinada a Nivel Nacional para la mitigación del cambio climático (NDC, por sus siglas en inglés), y se ha comprometido a desarrollar durante el 2020 una Hoja de Ruta de Economía Circular para los próximos 20 años, reconociendo la importancia que la economía circular tendrá para mejorar el bienestar después de la pandemia.
Una región latinoamericana más circular no es una utopía y los paquetes de recuperación económica post COVID-19 representan una ocasión única para invertir en un modelo de crecimiento económico más resiliente y limpio. En la medida que las políticas públicas combinen, por un lado, el fomento de las capacidades científicas locales y la cooperación regional para el desarrollo de tecnologías verdes y, por otro, provean incentivos para su difusión y adopción por parte de empresas y ciudadanos, la región tendrá más posibilidades de volverse más productiva, resiliente, circular y, por lo tanto, menos imperfecta.
Matteo Grazzi
Matteo Grazzi es Especialista en la División de Competitividad e Innovación en el Banco Interamericano de Desarrollo. Se unió al BID en 2009, trabajando como Research Fellow en el Departamento de Países Andinos. Antes de unirse al BID, Matteo trabajó como consultor economista de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL, Santiago de Chile) y como investigador en el Centro de Investigación sobre Estudios Latinoamericanos y de las Economías en Transición (ISLA) de la Universidad Bocconi en Milán. Posee un doctorado en Derecho y Economía Internacional de la Universidad Bocconi y una maestría en Economía del Desarrollo de la Universidad de Sussex (Brighton, Reino Unido). Sus intereses de investigación principales se centran en Economía Internacional y Desarrollo, Economía de la Innovación, TIC para el Desarrollo.
Simone Sasso
Simone Sasso es economista en la División de Competitividad, Tecnología e Innovación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) basado en Washington DC. Simone cuenta con un doctorado en Economía y Política de la Innovación en la Universidad de las Naciones Unidas (UNU-MERIT) en Maastricht (Holanda), una maestría en Desarrollo Económico Local de la London School of Economics (Reino Unido) y otra maestría en Economía y Negocios de la Universidad de Turín (Italia). Antes de unirse al BID, Simone trabajó como consultor economista para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el Instituto de Economía del Trabajo (IZA), la fundación Empower European Universities y la División de Innovación Industrial de la Comisión Europea en Bruselas. Entre sus áreas de especialización se incluyen los temas de innovación, educación superior, desarrollo económico local y las políticas vinculadas a estos temas.