Por PhD Hugo Kantis, Director de Prodem, para CorLab.
Los emprendimientos tecnológicos son clave para el desarrollo de los países latinoamericanos dado que pueden contribuir a la diversificación del tejido productivo, a generar ingresos muy superiores al promedio, con empleos de calidad. Pocos países de la región, entre los que está Argentina, cuentan a la vez con empresas ligadas a la transformación digital, la revolución 4.0 y la biotecnología y con cierta plataforma de esfuerzos e instituciones científico-tecnológicas sofisticadas. Su impacto podría ser realmente significativo si se lograra multiplicar la cantidad y variedad de estas empresas y se potenciara su crecimiento. Para que ello suceda es necesario contar con un funcionamiento sistémico más potente y especializado que en la actualidad.
En tal sentido, son mayores los avances existentes en torno a ciertos sectores tecnológicos (por ejemplo, los digitales y las TICs en general), caracterizados por períodos de maduración más corta y demandas de recursos relativamente menores, que en aquellos otros más complejos que exigen horizontes e inversiones más prolongados (por ejemplo biotecnología) y que demandan mayores esfuerzos de investigación y desarrollo. Aún cuando todavía falte mucho camino por recorrer inclusive entre los primeros, el apoyo institucional e inclusive la oferta de financiamiento está más orientada hacia los primeros. Para los más emprendimientos más complejos todo es más embrionario, aún en aquellos países de la región en donde existe apoyatura. En Argentina, existen iniciativas jóvenes interesantes de incubadoras y aceleradoras especializadas en estos segmentos. Por otra parte, se ha anunciado el relanzamiento del programa Empretecno para financiar la creación de empresas de base tecnológica.
Sin embargo, para que se creen muchas más de estas empresas hacen falta cambios más profundos que abarquen al sistema científico-tecnológico, creando estímulos y soportes que contribuyan a generar ambientes facilitadores más fértiles. Es muy importante, por ejemplo, promover el emprendimiento en los niveles de doctorado y entre los investigadores, no necesariamente para que se conviertan en emprendedores ellos mismos sino para que puedan ser parte del proceso junto a otros. También es clave trabajar con las normas y la cultura que moldea la vida de las instituciones y de los académicos para facilitar este involucramiento, desarrollar soportes organizacionales y financieros apropiados (públicos y privados), vectores de demanda (por ejemplo, compras públicas innovadoras) y puentes con el resto del ecosistema. Además, hay que atender a los emprendedores de distinto perfil dado que muchas empresas de base científico-tecnológica nacen y se desarrollan a partir de conocimientos, experiencias y vinculaciones en el mundo empresarial. Por lo tanto, romper las fronteras de las instituciones de conocimiento superior, ciencia y tecnología es clave, acercando las agendas de investigación a las necesidades de la sociedad y de las empresas.
El contexto COVID hace que esto que siempre ha sido cierto se vuelva imperioso. Hace falta que muchos más investigadores, profesores, doctorandos, graduados, instituciones y empresas se mezclen con emprendedores y empresarios y se involucren en torno a proyectos de creación y desarrollo de empresas. Se trata, en definitiva, de construir un ecosistema para la creación y desarrollo de empresas de base científico- tecnológicas. Y para eso hacen falta políticas públicas integrales y sistémicas. Los emprendedores y fundadores de empresas jóvenes tecnológicas tienen un doble desafío. Por un lado, su rol es clave para crear y escalar sus empresas. Y para ello es fundamental que se vinculen con otros emprendedores, con empresas y con el ecosistema de organizaciones que pueden apoyarlos. Pero además, ellos pueden ayudar a hacer la diferencia comprometiéndose en la construcción y desarrollo mismo del ecosistema que se requiere para que su multiplicación y crecimiento se vuelva realidad.
